miércoles, 24 de diciembre de 2014

Hay cosas que nunca cambian




Porque hay cosas que nunca cambian y que nunca cambiarán. Y siempre una mirada representará lo enigmático, lo inquietante, lo misterioso. Seguiremos escuchando la misma canción, aquella que nos hizo sentir tanto y que sigue haciéndonos sentir todavía. Porque hay cosas que no se transforman, que no logran cambiar. No cambia esa brisa, ese olor, ese roce, ese abrazo, ni esa sonrisa cómplice que nos delata. No cambia esa emoción del primer momento. No cambian las esencias, tan sólo los episodios. no postergamos nada puesto que todo está postergado desde el inicio, aunque no sea nuestro deseo. No cambia la mirada pícara acompañada de esa sonrisa, ni el evitar tocarnos por miedo a caer, de nuevo, en esos brazos de los que no debimos salir. Porque hay cosas que nunca cambian y que nunca cambiarán.





domingo, 23 de noviembre de 2014

Sin fechas ni recuerdos


Y el tiempo pasa, inexorable. Inexorable es el tiempo que ha pasado. Pasado es todo aquello que vivimos. Vivimos momentos llenos de risas y pasión. Pasión por aquellas calles llenas de historia. Historia corta e intensa. Intensos besos en tu sofá. Sofá donde nos besamos por última vez. Vez que me hiciste llorar. Llorar el pasado y tu ausencia. Ausencia que me provoca dolor. Dolor por no tenerte junto a mi. 

23 de noviembre. Esta fecha siempre me provocará una sonrisa y, al mismo tiempo, hará que mi estómago se encoja.  

Es duro darse cuenta de lo inoportuno que puede resultar uno. Es duro darse cuenta que no llegar en el momento justo te hace perder lo que podría no tener fin. Y vuelvo a estar harto de esta mierda de sensación. 

viernes, 17 de octubre de 2014

El don de la oportunidad

Hace muchísimos años, para simbolizar que el tiempo no vuelve, los sabios griegos levantaron una estatua.
Un día, un viajero se detuvo ante ella y se atrevió a intentar conversar.
Cuál fue su sorpresa cuando le preguntó su nombre y ella contestó:
-Me llamo Oportunidad.
-¿Por qué estás de puntillas?
-Para advertir a todos que sólo me detengo un momento.
-¿Por qué hay alas en tus pies?
-Como señal de que paso veloz.
-¿Por qué tu pelo es tan largo por delante, en la frente?
-Para que los hombres me atrapen cuando me encuentran.
-¿Y por qué es calva tu nuca?
-Es una forma de advertir que, si no me atrapan de frente, cuando haya pasado no podrán volver la vista atrás y atraparme.


Esto que leéis más arriba es un bonito cuento para describir lo que en el refranero español se expresa como "la ocasión la pinta calva". 

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Hoy tenía una conversación con algunos de mis compañeros de trabajo y uno de ellos ha preguntado: ¿Y esto de verdad compensa? Ahora, como hace tiempo, me pregunto eso mismo. Si. Hay momentos en los que esto compensa. Compensa la compañía de los compañeros, compensan las risas que compartimos a diario. Sin embargo no me decanto por eso. Tampoco al contrario. Estoy en un punto medio. Sólo queda esperar a que todo aquello que se  ha sembrado de sus frutos, aunque la primavera parece que se retrasa ya desde hace demasiado. Y no, no me sirve que más de dos años después de unas migajas ahora vuelvan a darme unas que, encima, son más pequeñas. 




jueves, 15 de mayo de 2014

Cada vez como si fuera la última




Nuevamente Madrid. Físicamente al menos. Mi mente vuela sin rumbo fijo. De nuevo una noche cálida, silenciosa, casi de verano. La soledad de la casa se hace más grande a medida que el silencio es más profundo. Mi escritura, dubitativa, resuena por un piso en que puertas y ventanas están abiertas de par en par. Cuando sopla la brisa trae consigo el aroma de unos árboles cercanos, en flor, con un olor intenso que me transporta tiempo atrás.

Una de las palabras que más estoy escuchando en los últimos meses es 'paciencia'. Es una virtud rara en nuestros días. Días que en que vamos apresurados, a contrarreloj, sin tiempo para detenernos. Alguien dijo una vez que la clave de la paciencia es hacer algo mientras esperas.

Pero ¿qué esperas? y ¿para qué?

Buenas preguntas de compleja respuesta. Sobre todo en según que planos nos movamos. Parece obvio que lo que esperas es algo grande, al menos para ti. Grande para tu futuro, grande para tu familia, para tus amigos, para o por una persona especial. A veces no es algo grande para el ojo humano, sino para el alma y el corazón. A veces de ilusiones también se vive. 

Pero ¿para qué?

Todos necesitamos tener esas ilusiones, sueños, anhelos que nos permitan imaginar un futuro diferente, que nos permitan momentos de ensoñación pasajera que nos proporcione una fugaz felicidad. Son esos momentos los que nos permiten caminar con paso firme por la senda de nuestra vida, los que nos dan oxígeno para lograr las metas que nos proponemos. Al menos las metas individuales. 

Pensamos, o queremos pensar, que aquello que ansiamos, que nos hace suspirar y sentir en lo más profundo es lo que en realidad queremos. Y nos empeñamos en lograrlo. 

Pero ¿y si nos obcecamos en ese empeño?

Puede que, entonces, haya que beber una dosis de realidad; parar, alejarse, reflexionar y enfrentarse mirando cara a casa a ese afán. ¿Quién me vende esa dosis?











“La paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia de heroísmo" 

Giacomo Leopardi


sábado, 3 de mayo de 2014

Hace un año....

     Mayo. Puente en Madrid. Conmemoración del levantamiento popular contra la invasión francesa que padecimos hace poco más de doscientos años. Noche cálida, con algo de brisa y quietud en las calles. A punto de ir a dormir he mirado el calendario de la cocina. ¿Tres de mayo? ¡Cómo pasa el tiempo! hace un año había regresado del un esperado viaje a Lisboa. Este año he echado de menos esa bonita tradición que habíamos empezado algunos marsicanos de viajar juntos por estas fechas. Qué bonito fue aquel viaje y la cantidad de cosas que aprende uno. Cada vez es diferente esa ciudad, pero siempre es única. 

     No voy a hacer una entrada dedicada a aquellos días en el tono que puede presuponerse. De todos los momentos que pasé allí sólo echo de menos la compañía que me ha demostrado que siempre está ahí. Esa compañía que me hace reír, me enseña, me hace pensar y sobre todo me cuida como si de un hermano pequeño se tratase. Sólo tengo palabras de agradecimiento hacia vosotros. 

     Pero Lisboa me ha enseñado más en todo este año. Me ha enseñado que no hay más ciego que el que no quiere ver. Me he dado cuenta de que hay flores que no merecen ser deshojadas; que las lágrimas se evaporan muy rápido;me he dado cuenta de que las palabras se las lleva el viento, y el Lisboa sopla mucho y fuerte. Y, sobre todo, me he dado cuenta de que mi futuro, afortunadamente no pasaba por allí, sino por donde a mí me plazca.

     Lisboa me ha enseñado que no debo renunciar a ser como soy. Me ha enseñado que dar todo de mi siempre es bueno, que no tengo que arrepentirme por hacerlo. Que quien no lo aprecie no tiene ni tendrá la más mínima idea de lo que ha tenido entre los dedos y ha dejado escapar. Que cada palo aguante su vela.
Gracias. Sólo puedo dar las gracias por no haberme obcecado, por no haber apostado por algo en que, a la larga, me habría perjudicado de por vida. No sé a quién debo dárselas, pero gracias de corazón. 

viernes, 28 de marzo de 2014

Entre sus páginas

   


   Madrid. Noche fría, tormentosa y de cielo plomizo. La breve primavera de la que hemos disfrutado se ha desvanecido. Ya se sabe, cuando marzo mayea, mayo marcea. Sabio el refranero popular castellano. Sabio y contradictorio también.

   Revisando en él frases sobre el pasado, uno se da cuenta de que siempre tiene una connotación negativa: si piensas mucho en un pasado que fue feliz no puedes disfrutar del presente; y si aquel fue malo, el refranero aconseja pasar de página. O mejor aún, de libro.

   Y en eso estoy. Cerrando libros que no aportan nada, libros que lees rápido, con impaciencia, ávido de un final que llega demasiado rápido y decepciona. Nunca es bueno releer libros pues puedes descubrir que tras las líneas encriptadas se escondían pasajes de mentiras, engaño y falsedad. Pero no duele. Afortunadamente. No duele cuando es un libro de bolsillo, de esos baratos que compras apresuradamente en una estación para no aburrirte durante el viaje. La portada promete, las primeras páginas enganchan, el final decepciona. Lo que el libro te vende en su tapa no es lo que finalmente descubres. Puede que no te des cuenta mientras lo lees, pero llega un momento, como con todo en esta vida, en que ves la verdad. Efectivamente, esta ahí desde el principio. Un comentario de un amigo, un post sobre ellos en internet, una foto. Todo llega. 

   Otras veces el libro es mejor. Pongamos que es un ensayo. La portada es atractiva, la historia te engancha desde el primer párrafo, el desarrollo te apasiona y crees firmemente en las teorías que en él se plasman. En seguida compras el siguiente libro para continuar absorbiendo la sabiduría que desborda cada página y que empapa tu cerebro, que no sólo se estimula con ella sino también con detalles, intuiciones que el autor deja al lector ávido de complicidad; ese lector que pretende aportar cosas novedosas relativas a esas teorías. Notas, si, que hay alguna cosa discordante, pero piensas que son malas experiencias que corresponden con otros ensayos de menor calado y sigues mirando hacia delante con admiración. De pronto, conoces al autor. Compartes paseos, mantel, complicidad, risas y charlas estimulantes. En persona la gente cambia, aunque no te esperas que lo haga tanto. Al final el pedestal queda vacío. Lo relegas a un segundo y honroso puesto del que, poco a poco, va cayendo aunque tu trates irremediablemente de frenarlo. Al final sólo queda exprimir lo bueno, conocer lo malo y no cerrar del todo el libro. Nunca se sabe. 

   Llegamos a los libros comodín. Aquellos que nos gusta tener cerca, leer unas páginas y cerrarlos. Algunas veces abrimos por la parte equivocada y los volvemos a poner en una estantería. Pero el magnetismo de estos libros, de todo lo que encierran, nos hace que al pasar por la librería miremos su canto y al final, volvamos a ponerlos en nuestro rincón de lectura del que, en ese momento piensas, no debían de salir. Y así, una vez tras otra. El dulzor de sus páginas es poco duradero pero permanece en el recuerdo; lo amargo de sus líneas es puntual pero permanece en el alma. ¿Qué se hace con estos libros?

   En mi caso, el último tipo de libros es el que más problemas me da. Muchos. Demasiados. Necesito liberar espacio pero soy de esas personas a las que les duele la simple idea de pensar en tirar un libro. 



































Pido perdón. A veces hilo muy fino. Siempre, con hilo de oro. 









jueves, 6 de marzo de 2014

País de pandereta

  España es, efectivamente, un país de pandereta. La exitosa campaña de Campofrío de estas pasadas fiestas navideñas evidencia un hecho notorio de nuestra sociedad aunque en un tono menos pesimista de lo que las incompetentes e inútiles tertulias radiofónicas y televisivas realizan a diario: hazte extranjero. Porque, efectivamente, fuera de nuestras fronteras tenemos a nuestro alcance gobiernos más efectivos que gestionan economías más sólidas, con una base social más concienciada con los verdaderos problemas del Estado que dejan de lado intereses privados para el común beneficio. ¿Ejemplo? Finlandia. En este país escandinavo una de las profesiones más valoradas socialmente y con mayor peso en la conciencia colectiva de sus habitantes es la del profesor. ¿Y eso? Pues, básicamente, porque es el encargado de formar a las futuras generaciones, de impartir conocimientos y valores básicos para el funcionamiento cívico y social y, es por ello por lo que, quien opte a este campo de trabajo debe ser una persona altamente cualificada. Hablamos de futuras generaciones de una manera general pero, yendo a lo más particular, quienes se encargan de la docencia a nivel universitario tienen una tarea no menos importante ya que, si bien los profesores de niveles inferiores difunden conocimientos a una amplia mayoría de la población, en la Universidad se forma a la élite intelectual del país. 

  En España, país de grandes pensadores a lo largo de los siglos, no sabemos copiar de nuestros vecinos del norte. España, país de la picaresca, podría aprender de un sistema nacional de educación adaptado a las necesidades reales en vez de crear una caterva de mediocres estudiantes (y servidor no es que sea precisamente el adalid de las matrículas de honor) en los niveles iniciales del sistema educativo español que ha llevado a que, también, el nivel de la Universidad en nuestro país tenga que ser reducido. ¿Consecuencia? Un profesorado universitario que no trabaja como debiera, un sistema universitario que es el hazmerreír de Europa y un alumnado con unos pobres conocimientos generales y una enorme desmotivación. Y, para complementar a ese profesorado apático, algunas Universidades "punteras" como la Complutense -si el pobre Cardenal Cisneros levantase la cabeza, corría a gorrazos al impresentable del Rector Carrillo por toda la Ciudad Universitaria- quieren incorporar a su claustro a semejante lumbrera del conocimíento científico: El Juli.  

  Me pregunto: ¿para qué narices estaré haciendo el doctorado?


http://www.elmundo.es/loc/2014/02/28/530f7251268e3ee47f8b457a.html

viernes, 21 de febrero de 2014

Hoy, pasado el tiempo...

En un flashback de mis pensamientos recordé un instante veraniego: una luminosa mañana de estío me desperté con el sonido de las olas rompiendo en la costa. La mañana era cálida y la ventana, abierta, dejaba entrar una brisa templada cargada de olores; olores que me recordaban tiempos pasados, largos paseos por la playa.

Salí de la cama y me vestí. Relajado, bajé las escaleras y salí al jardín para ver el nuevo día. Pisé la hierba fresca, recién cortada, y continué hacia la playa. Una vez allí, me descalcé para sentir la arena bajo mis pies. Es una sensación que espero de año en año, cada vez diferente, cada vez mejor. Anduve dubitativo, jugando con la arena, mientras sentía la brisa suave y el sol.

Pero seguí caminando, una vez volví a la realidad, por aquel camino de tierra vieja, oliendo a tomillo y encina. La realidad era bien distinta, pero no por ello menos hermosa. Después de ver el amanecer en lo alto del monte, la naturaleza se ponía en marcha. Era un día claro y frío de invierno y el vaho que expulsaba por mi boca se desvanecía en un instante en el gélido ambiente castellano. En aquella encrucijada de caminos, se podía ver el bajo monte y las tierras yermas, sin cultivar, cubiertas de un manto blanco muy fino, casi de cristal, que brillaba e iba desapareciendo al tiempo que yo caminaba. La tierra, húmeda, crujía a mis pasos y, cuando me detenía, sólo se oía una cosa: silencio. Un silencio sólo roto por el ruido de las hojas movidas por el cortante viento.


Inspiré profundamente, dejando que los olores, las sensaciones y el frío penetraran en mi cuerpo; me encanta esa sensación. En aquel momento estaba rodeado de mis pensamientos, buenos acompañantes para el caminante solitario. Pero aquella mañana eran diferentes. Normalmente me suelo fijar en el paisaje general, reteniendo todos y cada uno de los elementos que lo conforman; pero esta vez era diferente. Miraba detenidamente el suelo, analizando todo lo que en él veía. A veces asusta mirar hacia atrás. Ver nuestros errores, ver los caminos que podríamos haber seguido y jamás atravesamos. 

Hoy, pasado el tiempo, intuyo que buscaba algo. Era una sensación de frustración, inquietud, esperanza y hastío, ganas y desazón, todo junto. Hoy, tiempo pasado, intuyo que no era nada tangible, nada que poder retener entre los brazos, nada que acariciar, ni oler, ni saborear, sino solo sentir; pero ese sentimiento fue lo que me llenó de esperanza, ilusión y ganas, sobre todo, de seguir con mi camino. 


viernes, 7 de febrero de 2014

¿Sabes?

     Sé que no vas a leer esto y, después de nuestra conversación, menos. Pero, ¿sabes? estoy cansado. No se cómo no cagarla contigo. Bueno, si lo sé: haciendo siempre lo que quieres o que no se aleje mucho de ello. Y no. En eso no consiste la amistad. La amistad consiste en escuchar sin pensar "qué pesado". Si una persona te abre su alma piensa que, quizá, te considere alguien tan especial como para compartir esos momentos. ¿Sabes? alguien que llora en tu hombro te está ofreciendo el regalo más bonito que jamás te van a hacer: una lágrima sincera y el mostrarte un pedacito de su alma. La amistad consiste en ofrecerte voluntariamente corregir tu Tesis, aunque luego no quieras que vaya a apoyarte cuando la defiendas ni tenga una copia de ella simplemente porque me hace ilusión. Acompañarte al médico y preocuparme por saber tus resultados tiempo después. En decirte abiertamente si la estás cagando sin que me hayas pedido saber qué opino. En desayunar contigo las veces que hagan falta cuando cojas el autobús y sólo quieras que nos veamos en la estación. En darte un abrazo cuando sé que lo necesitas a pesar de que lo rechaces. Consiste en acercarme a un lugar lleno de gente para llevarme malas caras de tus amigos, que me presentes a personas que no tengo el más mínimo interés en ellas sólo porque me has pedido que nos tomásemos algo. 

     Me conoces bien -porque he dejado que lo hagas y no así al contrario- y sabes que muchas de tus actuaciones, por mucho que las vendas como despistes, duelen. Y duelen, sobre todo, porque eres tú quien las realiza. O quien no lo hace. 

    Me duele ver que cosas que no hacías al principio sí las haces ahora. Que no eres alguien tan especial como pensaba sino que te acercas a esa gran mayoría vacía y que sólo mira por lo suyo. No eras así. ¿Estás dolido? lo se, siempre he estado ahí. Por eso me acerco, aunque sepa que tarde o temprano me vas a dar una patada. Duelen. Mucho. No imaginas cuánto. Pero son tuyas, y siempre las paso por alto. 

     ¿Sabes? Creo que no eres justo conmigo, que no me mides por el mismo rasero que a los demás. Me pides más y das menos. Duele. Sólo tú tienes la clave para que esto no sea un adiós. Y no un hasta luego, sino hasta nunca. Y duele mucho. 

     ¿Piensas, de verdad, que veo otra realidad? A lo mejor tienes razón y tenía que haber hecho caso a quienes ven el mundo tal y como es y haber dejado esto cuando tuve que hacerlo. ¿Sabes? no lo hice porque pienso que eres diferente, una buena persona, alguien con quien compartir todo, alguien a quien tener al lado. ¿Sabes? a veces creo que me equivoqué. 

miércoles, 29 de enero de 2014

Miedo al miedo

 Cada vez me cuesta más escribir una nueva entrada. Falta de tiempo, si. Pero también el no saber cómo empezar, qué decir. 

 Últimamente debería estar contento. Lo estoy, de hecho. Mi trabajo me está dando satisfacciones importantes. Me siento reconocido y meritorio de ese reconocimiento. Y el hecho de pensar todas y cada una de las cosas que tengo que hacer me reconforta a la par que me apabulla. Pero estoy contento. Algunas cosas de la rutina de meses pasados las echo de menos, sobre todo los desayunos y las conversaciones en el despacho. 

 2013 ha sido un año raro, de sentimientos encontrados permanentemente. De mucha introspección. Puede que demasiada. Y en este año que apenas hemos pasado han sucedido, desde el principio, muchas, muchísimas cosas de las que aún no he podido asimilar una gran parte. A veces uno no entiende ni el cómo ni mucho menos el porqué. Y sobre todo me cuesta mucho entender a las personas. De hecho, no se si soy yo el que se equivoca o el que es exigente. Supongo que muchas personas no pueden equivocarse (¿no?) aunque en realidad tengo la certeza de que  el miedo es quien verdaderamente mueve nuestras vidas. Miedo a fracasar. Miedo a conocer. Miedo a dejarse llevar. Miedo al trabajo. Miedo a la desidia. Miedo a la familia. Miedo a no sentirnos solos. Miedo del futuro y miedo del pasado que lo condiciona. Miedo a querer y ser querido. 

 Muchas de las personas que he conocido a lo largo del año pasado tenían miedo. Y siempre lo disfrazan. Lo hacen por ocultar uno de los mayores miedos que se pueden tener, el peor de todos: miedo a que vean lo que en realidad somos, miedo a mostrar fragilidad. Y la práctica totalidad de esas personas no sabe cómo ese miedo puede afectar no ya sólo a sus vidas, sino a las personas que les rodean. Quienes sí lo saben, miran para otro lado y no se enfrentan a la realidad. Prefieren perder y dejarse perder. 

 ¡Cómo nos complicamos la vida de manera tan innecesaria!Cuántas cosas buenas nos perdemos por tener miedo. Cuántas personas dejamos que pasen por nuestra vida de puntillas porque el miedo nos impide que lo hagan de otra manera. Pues yo digo ¡no! No quiero que el miedo me gobierne, que decida por mi. Sí, empatizo; sí, me implico; sí, me arriesgo; sí, creo y apuesto por ello. Prefiero llevarme otro palo, una nueva decepción, decir adiós, equivocarme, pero hacerlo sin miedo. 

 Muchos piensan que una persona joven es siempre un niñato. Cuán errados están. Por la parte que me toca -si bien es cierto que "juventud" es un término subjetivo- cada vez veo las cosas más claras respecto a todos esos miedos en general y a dos o tres de los enumerados en particular. Si se tienen fantasmas, se lucha contra ellos. Si se tiene una mano que nos ayude a luchar, se acepta con una sonrisa y se mira hacia delante.