En un
flashback de mis pensamientos recordé un instante veraniego: una luminosa
mañana de estío me desperté con el sonido de las olas rompiendo en la costa. La
mañana era cálida y la ventana, abierta, dejaba entrar una brisa templada
cargada de olores; olores que me recordaban tiempos pasados, largos paseos por
la playa.
Salí de la
cama y me vestí. Relajado, bajé las escaleras y salí al jardín para ver el
nuevo día. Pisé la hierba fresca, recién cortada, y continué hacia la playa. Una
vez allí, me descalcé para sentir la arena bajo mis pies. Es una sensación que
espero de año en año, cada vez diferente, cada vez mejor. Anduve dubitativo,
jugando con la arena, mientras sentía la brisa suave y el sol.
Pero seguí
caminando, una vez volví a la realidad, por aquel camino de tierra vieja,
oliendo a tomillo y encina. La realidad era bien distinta, pero no por ello
menos hermosa. Después de ver el amanecer en lo alto del monte, la naturaleza se ponía en marcha. Era un día claro y frío de invierno y el vaho que expulsaba
por mi boca se desvanecía en un instante en el gélido ambiente castellano. En
aquella encrucijada de caminos, se podía ver el bajo monte y las tierras
yermas, sin cultivar, cubiertas de un manto blanco muy fino, casi de cristal,
que brillaba e iba desapareciendo al tiempo que yo caminaba. La tierra, húmeda,
crujía a mis pasos y, cuando me detenía, sólo se oía una cosa: silencio. Un
silencio sólo roto por el ruido de las hojas movidas por el cortante viento.
Inspiré
profundamente, dejando que los olores, las sensaciones y el frío penetraran en
mi cuerpo; me encanta esa sensación. En aquel momento estaba rodeado de mis
pensamientos, buenos acompañantes para el caminante solitario. Pero aquella
mañana eran diferentes. Normalmente me suelo fijar en el paisaje general,
reteniendo todos y cada uno de los elementos que lo conforman; pero esta vez
era diferente. Miraba detenidamente el suelo, analizando todo lo que en él
veía. A veces asusta mirar hacia atrás. Ver nuestros errores, ver los caminos que podríamos haber seguido y jamás atravesamos.
Hoy, pasado el tiempo, intuyo que buscaba algo. Era una sensación de
frustración, inquietud, esperanza y hastío, ganas y desazón, todo junto. Hoy,
tiempo pasado, intuyo que no era nada tangible, nada que poder retener entre
los brazos, nada que acariciar, ni oler, ni saborear, sino solo sentir; pero
ese sentimiento fue lo que me llenó de esperanza, ilusión y ganas, sobre todo,
de seguir con mi camino.
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