La segunda virtud cardinal que trata Ribadeneyra es la Templanza, que según sus propias palabras “enseña a moderar los apetitos desenfrenados del gusto y el tacto […] y a poner freno a la concupiscencia y la deshonestidad”, siendo en general la que debe retener todos los excesos que por el impulso se deseen cometer. Es de suma importancia ya que sin ella “[…] la Fortaleza se enflaquece, la Prudencia es ciega y la Justicia se corrompe”. Esto corrobora que todas ellas conforman una sola unidad y que en el momento en que falle alguna, el resto caerán con aquella. Recurre de nuevo a clásicos como Tito Livio y sus narraciones de las Guerras Púnicas y al ejemplo de una Roma Imperial decadente, dedicada a otros menesteres diferentes a los de las guerras que le habían mantenido como dominadora del Orbe que, por carecer de la virtud de la que hablamos, se tornó de vencedora en vencida; y así se ilustra cómo un Príncipe debe poner en práctica estos postulados para evitar el desastre en su Estado.
Además, no sólo debe ponerla en práctica él mismo, sino que debe asegurarse que sus vasallos también lo hagan para que la sociedad no caiga en ese error.
Especialmente cuidadoso debe ser en el trato que con personajes de otras naciones realicen él y sus cortesanos, porque cada Estado tiene virtudes y vicios propios y es en la Corte donde los últimos se expanden como una enfermedad.
El templado Príncipe debe “cercenar los excesos de los trajes y las galas, de los banquetes y comidas, de los juegos y pasatiempos, de la liviandad y libertad de las mujeres, de los gastos inmensos que se hacen en los dotes, joyas y atavíos de ellas; y finalmente de todo lo que ablanda los ánimos, gasta las haciendas, pervierte las buenas costumbres y corrompe la república”, o lo que es lo mismo, eliminar lo superfluo y retornar a una sociedad austera y controlar a la mujer, que aquí se pone como ejemplo de gasto excesivo y poco recomendable para ser virtuoso.
Aspecto importante de la Templanza es servirse de ella para frenar los apetitos carnales, siempre mal vistos por Roma, y que pueden llegar a ser motivo de inestabilidad en el Estado del Príncipe. Pone como ejemplos históricos virtuosos al propio Alejandro Magno, Escipión “el Africano”, Pompeyo o el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. Todos ellos, tras las batallas, pudieron aprovecharse de las doncellas y esposas de sus enemigos vencidos y, sin embargo, demostrando una gran virtud, respetaron la honra y la honestidad de esas mujeres.