Cada vez me cuesta más escribir una nueva entrada. Falta de tiempo, si. Pero también el no saber cómo empezar, qué decir.
Últimamente debería estar contento. Lo estoy, de hecho. Mi trabajo me está dando satisfacciones importantes. Me siento reconocido y meritorio de ese reconocimiento. Y el hecho de pensar todas y cada una de las cosas que tengo que hacer me reconforta a la par que me apabulla. Pero estoy contento. Algunas cosas de la rutina de meses pasados las echo de menos, sobre todo los desayunos y las conversaciones en el despacho.
2013 ha sido un año raro, de sentimientos encontrados permanentemente. De mucha introspección. Puede que demasiada. Y en este año que apenas hemos pasado han sucedido, desde el principio, muchas, muchísimas cosas de las que aún no he podido asimilar una gran parte. A veces uno no entiende ni el cómo ni mucho menos el porqué. Y sobre todo me cuesta mucho entender a las personas. De hecho, no se si soy yo el que se equivoca o el que es exigente. Supongo que muchas personas no pueden equivocarse (¿no?) aunque en realidad tengo la certeza de que el miedo es quien verdaderamente mueve nuestras vidas. Miedo a fracasar. Miedo a conocer. Miedo a dejarse llevar. Miedo al trabajo. Miedo a la desidia. Miedo a la familia. Miedo a no sentirnos solos. Miedo del futuro y miedo del pasado que lo condiciona. Miedo a querer y ser querido.
Muchas de las personas que he conocido a lo largo del año pasado tenían miedo. Y siempre lo disfrazan. Lo hacen por ocultar uno de los mayores miedos que se pueden tener, el peor de todos: miedo a que vean lo que en realidad somos, miedo a mostrar fragilidad. Y la práctica totalidad de esas personas no sabe cómo ese miedo puede afectar no ya sólo a sus vidas, sino a las personas que les rodean. Quienes sí lo saben, miran para otro lado y no se enfrentan a la realidad. Prefieren perder y dejarse perder.
¡Cómo nos complicamos la vida de manera tan innecesaria!Cuántas cosas buenas nos perdemos por tener miedo. Cuántas personas dejamos que pasen por nuestra vida de puntillas porque el miedo nos impide que lo hagan de otra manera. Pues yo digo ¡no! No quiero que el miedo me gobierne, que decida por mi. Sí, empatizo; sí, me implico; sí, me arriesgo; sí, creo y apuesto por ello. Prefiero llevarme otro palo, una nueva decepción, decir adiós, equivocarme, pero hacerlo sin miedo.
Muchos piensan que una persona joven es siempre un niñato. Cuán errados están. Por la parte que me toca -si bien es cierto que "juventud" es un término subjetivo- cada vez veo las cosas más claras respecto a todos esos miedos en general y a dos o tres de los enumerados en particular. Si se tienen fantasmas, se lucha contra ellos. Si se tiene una mano que nos ayude a luchar, se acepta con una sonrisa y se mira hacia delante.