Llevo muchos meses sin actualizar este rincón. No he tenido ni ganas ni, sobre todo, fuerzas para poder escribir. He podido disfrutar de unos meses extraordinarios, que no cambiaría por nada del mundo, seguidos de un largo periodo de apatía, desidia, desánimo y melancolía. He podido aprender, desde mi última entrada, no sólo de mí mismo, sino de muchas personas que son muy importantes para mí. He podido descubrir cosas fantásticas de gente extraordinaria y, sobre todo, darme cuenta de que, lejos de lo que algunas personas -y a veces yo mismo- creen, tengo unas convicciones y una manera de ver las cosas lo suficientemente fuerte como para llevarlas a cabo en cualquier circunstancia. He aprendido que tengo a mi alrededor gente maravillosa que me quiere, me apoya y se preocupa por mí. Que tengo que dejar ver más aquello que me sucede. Ignorar a aquellas personas necias, execrables y aciagas, aquellas que finjen amistad, que lastran mi día a día, mis pensamientos. A todas esas personas, que en absoluto se merecen el más mínimo pensamiento por mi parte, también quiero darles las gracias por hacerme comprender que, aunque el camino está lleno de mediocres de espíritu, gente que hace de la bajeza su forma de vida y que quiere contagiar su mal rollo allá por donde pasan, hay gente sensacional que a su lado brillan aún más.
Son esas personas las que merecen la pena, las que nos facilitan el día a día, con las que compartir mil momentos buenos y malos. Personas sencillas, limpias de corazón y espíritu, agradables, sinceras. Cada día valoro más la sinceridad. Son ellas las que nos llenan el camino de luz y nos visten con el mejor de los complementos: una sonrisa.
He aprendido que, al menos en mi vida, una gran parte de las casualidades no son tal. De serlo, hay casualidades muy bonitas en mi vida.
Gracias a todas esas casualidades. Gracias a una casualidad.
PS: Pocas personas me conocen. Muchas, no saben lo que se pierden.